jueves, 3 de abril de 2014

GOLPEANDO A LAS PUERTAS DEL INFIERNO



Ahora resulta que es un acto comprensible que, desde la seguridad de zapatos y zapatillas anónimas, un grupo de indignados  vecinos mate a patadas a un chico de 18 años, denunciado  por  robar una cartera.
 ¡A patadas! ¿Por una cartera?
Podemos adoptar la postura de comentarista de TV  y enfurecernos diciendo “¡qué barbaridad, adonde vamos a parar!”, y pasar enseguida a otro tema. O podemos reconocer la realidad, primer paso para transformarla. Y la realidad nos dice bien claro, algo que nos puede doler: la sociedad (buena parte de ella, por lo menos) está girando rápidamente hacia el fascismo. Nos guste o no, es así. Y en buena medida, creo que es el resultado de la “década ganada”. Al menos de la enorme contradicción entre el discurso y la acción. Pero eso lo dejo para otra nota.
Nada más parecido a un fascista que un pequeño burgués asustado.  La frase es vieja y tranquilizadora. Ubica al sujeto principal del fascismo y el nazismo (la pequeña burguesía ciudadana) y deja afuera de toda contaminación a los trabajadores. Demasiado bueno para ser real, lamentablemente.
Al menos en la Argentina de hoy, no solo la pequeña burguesía está asustada. Y el miedo ya no es al avance de las ideas de izquierda, como en Italia y Alemania hace casi cien años. El miedo es al “fenómeno de la delincuencia”. En realidad solo a cierto tipo de delincuencia. Hay otra tal vez más dañina pero que no causa reacciones extemporáneas ni linchamientos. Y diría que hasta se la ha naturalizado.
Y el miedo a ser asaltado, golpeado y asesinado genera, no solo reacciones fascistas, si no también modos de pensar de ese estilo. Claro que las diferencias sociales aparecen aun en esa visión: mientras en Palermo (como bien lo marcó Gerardo Romano) pretendían hacer “justicia” al grito de ¡maten a ese negro de mierda!, en el conurbano comienzan a aparecer como chivos expiatorios bolivianos y paraguayos, tristes sucedáneos de los presuntos narcos mexicanos y colombianos refugiados tras los sólidos muros de famosos countrys.
Y creo que no podemos tapar por mucho más tiempo la responsabilidad social en todo esto. No es posible, con los datos a nuestra disposición, seguir haciéndonos olímpicamente los boludos. Toda la sociedad sabe que los delincuentes, grandes y pequeños, trabajan en su inmensa mayoría amparados por, o directamente para, la policía y otras fuerzas de seguridad.  Que de acuerdo al rango y la geografía se reparte la importancia de los negocios ilícitos. Y que los políticos, en especial los que ocupan cargos de Gobierno, se asocian a policías y delincuentes, respetando también rangos en una división del trabajo que les asegura impunidad.
Los que pierden son los pibes marginados y marginales. Las opciones que tienen son: o trabajar para la Policía, ahora con el riesgo que los mate a patadas un grupo de nobles vecinos justicieros, o negarse a hacerlo y que los maten a patadas los policías. ¿Exageración?  No. Allí está el caso de Luciano Arruga y muchos otros que no lograron la atención del público.
Estamos golpeando a las puertas del infierno y ni siquiera nos detenemos a pensar si vale la pena que nos abran la puerta…
(continuará)