Ahora resulta que es un acto
comprensible que, desde la seguridad de zapatos y zapatillas anónimas, un grupo
de indignados vecinos mate a patadas a
un chico de 18 años, denunciado por robar una cartera.
¡A patadas! ¿Por una cartera?
Podemos adoptar la postura de
comentarista de TV y enfurecernos
diciendo “¡qué barbaridad, adonde vamos a parar!”, y pasar enseguida a otro
tema. O podemos reconocer la realidad, primer paso para transformarla. Y la
realidad nos dice bien claro, algo que nos puede doler: la sociedad (buena
parte de ella, por lo menos) está girando rápidamente hacia el fascismo. Nos
guste o no, es así. Y en buena medida, creo que es el resultado de la “década
ganada”. Al menos de la enorme contradicción entre el discurso y la acción.
Pero eso lo dejo para otra nota.
Nada más parecido a un fascista
que un pequeño burgués asustado. La
frase es vieja y tranquilizadora. Ubica al sujeto principal del fascismo y el
nazismo (la pequeña burguesía ciudadana) y deja afuera de toda contaminación a
los trabajadores. Demasiado bueno para ser real, lamentablemente.
Al menos en la Argentina de hoy,
no solo la pequeña burguesía está asustada. Y el miedo ya no es al avance de
las ideas de izquierda, como en Italia y Alemania hace casi cien años. El miedo
es al “fenómeno de la delincuencia”. En realidad solo a cierto tipo de
delincuencia. Hay otra tal vez más dañina pero que no causa reacciones
extemporáneas ni linchamientos. Y diría que hasta se la ha naturalizado.
Y el miedo a ser asaltado,
golpeado y asesinado genera, no solo reacciones fascistas, si no también modos
de pensar de ese estilo. Claro que las diferencias sociales aparecen aun en esa
visión: mientras en Palermo (como bien lo marcó Gerardo Romano) pretendían
hacer “justicia” al grito de ¡maten a ese
negro de mierda!, en el conurbano comienzan a aparecer como chivos
expiatorios bolivianos y paraguayos, tristes sucedáneos de los presuntos narcos
mexicanos y colombianos refugiados tras los sólidos muros de famosos countrys.
Y creo que no podemos tapar por
mucho más tiempo la responsabilidad social en todo esto. No es posible, con los
datos a nuestra disposición, seguir haciéndonos olímpicamente los boludos. Toda
la sociedad sabe que los delincuentes, grandes y pequeños, trabajan en su
inmensa mayoría amparados por, o directamente para, la policía y otras fuerzas
de seguridad. Que de acuerdo al rango y
la geografía se reparte la importancia de los negocios ilícitos. Y que los
políticos, en especial los que ocupan cargos de Gobierno, se asocian a policías
y delincuentes, respetando también rangos en una división del trabajo que les
asegura impunidad.
Los que pierden son los pibes
marginados y marginales. Las opciones que tienen son: o trabajar para la
Policía, ahora con el riesgo que los mate a patadas un grupo de nobles vecinos
justicieros, o negarse a hacerlo y que los maten a patadas los policías.
¿Exageración? No. Allí está el caso de
Luciano Arruga y muchos otros que no lograron la atención del público.
Estamos golpeando a las puertas
del infierno y ni siquiera nos detenemos a pensar si vale la pena que nos abran
la puerta…
(continuará)
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