Aunque le moleste al Gobierno (y
mucho), el clima de fin de ciclo es algo más que una instalación mediática. La crisis
generada a partir de la rebelión policial se parece muchísimo a las que
acompañan los últimos días de cualquier Presidente de los 30 años pasados. La
diferencia es que todavía quedan casi veinticuatro meses para el recambio. Se nos
presenta un panorama parecido a una larga agonía, que solo podría verse
interrumpida por la decisión de tirar del mantel y retirarse antes de arder en
las llamas del desastre que parece avecinarse.
Claro que no es tan fácil. Hay
tres cuestiones que dificultan enormemente las posibilidades de una renuncia
por “cuestiones de salud” que ponga a la Presidente a salvo de heridas en su
narcisismo. La primera es que, en las condiciones actuales de la economía
resulta urgente y necesario aplicar un ajuste ortodoxo en toda la regla. Los
posibles herederos quieren que lo realicen los que se van a ir (los que van a
morir, te saludan). La dosificación de la que parecen ser partidarios los
integrantes del equipo económico, solo sirve para alargar el momento de la
decisión final y aumentar su costo. Inflación, dólar sobrevaluado y tarifas
subsidiadas son las causas de un efecto terrible para las economías
capitalistas subdesarrolladas: la distorsión de los precios relativos. No hay
parámetro para saber cuánto vale qué cosa. El apodo dado a Kicillof de
“soviético”, no sólo desconoce la complejidad de la economía planificada de la
desaparecida URSS (con sus tremendas debilidades y su aplastante peso
burocrático), si no que resulta útil a la derecha liberal, deseosa de un shock
que la devuelva al centro de la escena económica, y a la pseudo-izquierda partidaria del feudo-progresismo, que
encuentra nuevos motivos para defender las medidas del Gobierno Nacional y
(cada vez menos) Popular.
La segunda cuestión está
íntimamente ligada con la primera. La presidente y sus íntimos han robado
demasiado. Si Menem fue un ladrón estructural e institucional, entregando el
conjunto de la economía nacional a las voraces manos de cualquiera dispuesto a
hacerse cargo, el matrimonio Kirchner y su círculo íntimo parecen haber
superado ampliamente al Sultán de Anillaco en el uso del Estado para el
enriquecimiento personal. Todos los días aparecen nuevas revelaciones
escandalosas sobre negocios y negociados que involucran a las más altas
magistraturas del País. Licitaciones truchas, testaferros, coimas, lavado,
etc., dejan cada vez más y más en claro que los Kirchner asumieron en su
momento un discurso “progresista” por necesidad, así como antes habían
defendido el discurso liberal: la cuestión era construir poder. ¿Sólo para
enriquecerse?. Ellos lo sabrán. Pero no fue, como pretendía (¿y aun pretende?)
el coro de supuestos progres que los aplauden, para realizar ninguna
revolución. Lo cierto es que se van y necesitan garantías que no van a pasar el
resto de sus días trajinando tribunales declarando en causas por corrupción.
Para que los que van a venir a ocupar su lugar y a los cuales los jueces de la
Nación demostrarán la misma fidelidad prodigada al actual Gobierno, les
perdonen la vida, deben dejar las cuentas en buenas condiciones. Para que los
que suframos las consecuencias nos quejemos lo menos posible el Gobierno tiene
a Milani, Berni, la Ley Anti terrorista y una Policía contenta, porque a los
negocios habituales puede sumarle ahora un sueldo más o menos actualizado.
Policía con aumento, reprime contento.
La tercera cuestión que traba la idea de irse
antes es, paradoja del destino, la tropa propia. Una recua de funcionarios
medios y bajos que nunca soñaron con estar en lugares de poder. Llegados a sus
sillones repletos de ideales, hoy se preocupan esencialmente por no perder esos sillones. Ya importa poco si esto no tiene nada que ver con lo que pregonaron
durante años. Ni siquiera intentan justificar(se) las acciones del Gobierno
como “el progresismo posible en las condiciones de Argentina y el mundo hoy”.
No. Alcanza con mirar para otro lado y seguir cobrando. Y, esa es su misión en la hora, luchar por lograr
puentes con los posibles sucesores. Mostrar a la futura Administración que son imprescindibles. O útiles. O inútiles, pero no molestan. La cuestión es seguir. Para eso necesitan tiempo; un corte
abrupto, una salida destemplada de la Presidente los dejaría con poco y nada
para negociar continuidades. Es preferible “cumplir con el mandato popular”, a
los garrotazos si es necesario, pero no perder el sueldito. Y los negocios, la
plata necesaria para “hacer política”. Lo reconozco, estos son los que más asco
me dan. Será que muchos compartieron (o simularon compartir) sueños e ideales.
Será que son el espejo de aquello en lo que pude haberme convertido. Será que
duele que hayan vendido su ideología a tan bajo precio. Será…
Así que estamos en el final. Y
promete ser a toda orquesta. Se llevaron puestas aquellas formas originales de
lucha como fueron los organismos de Derechos Humanos, las organizaciones piqueteras
y la CTA. Vacío ese espacio, comienza a ser ocupado por el Frente de Izquierda
y los Trabajadores, cuyo crecimiento electoral lo hará estallar en pedazos. Una
oposición que es más de lo mismo y, por lo general, peor. Una situación social
que, contra el discurso oficial, ha empeorado en la década ganada y un claro
deterioro de la “Democracia representativa”, fenómeno éste de carácter mundial.
¿Cóctel explosivo?. Sin dudas.
Pero contra todo pesimismo,
surgen formas nuevas de organización y lucha. La Historia no se termina. Los
hombres todavía estamos aquí.
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