Muy lejos en el tiempo, la imagen de un Martin Sabbatella
militando en la Fede (Federación Juvenil Comunista), dirigiendo a los
estudiantes secundarios de la Pcia. de Buenos Aires, repartiendo fé en el
triunfo final del Socialismo, trabajando diariamente en la construcción de una
nueva sociedad, de un hombre nuevo; emocionándose hasta las lágrimas ante la
imagen del Che caído en Bolivia, superando con consignas revolucionarias y
anatemas para los traidores la crisis de la que su partido ya no se
recuperaría, militando con la vista puesta en el futuro…
La caída del muro y el fin de la URSS lo sorprendieron. Como
a muchos, como a la mayoría.
Comenzó a buscar nuevos espacios donde
volcar su vocación política, sus deseos de transformación social. No es
criticable. Puso en revisión muchas de sus convicciones, desechó aquellas que
la praxis había demostrado erróneas y empezó de nuevo. Adoptó puntos de vista
que unos años antes hubiera descartado de plano por reformistas y
socialdemócratas. Casi en soledad, se reconstruyó. Y enfrentó a poderosos
barones mafiosos. Su voluntad movida por su vocación lo llevaron al éxito:
gobernó con eficiencia su pago chico. Ya sin la pretensión de voltear de una
vez y para siempre al sistema capitalista, demostró que se lo puede conducir de
manera distinta, llevándolo hasta sus propios límites.
Aquella fue la base que le permitió soñar con ámbitos mayores.
El bien ganado prestigio de administrador honesto y eficaz lo proyectó hacia
un horizonte más amplio. Sabía que el camino era largo y arduo. Que lo que
había enfrentado hasta allí se multiplicaría por cien. Pero estaba convencido
que era necesario y se lanzó a la aventura de desafiar a poderes arraigados y
añejos. Era joven, tenía tiempo.
¿Qué pasó después?. Quiso cortar camino. Tal vez pensó que
el ritmo que llevaba era lento, demasiado lento. Y olvidó la historia. Aquella
que nos cuenta del Partido Laborista, del Partido Socialista de la Revolución
Nacional, del Partido Intransigente, de la Ucedé y tantos otros etcéteras. El
peronismo, esa enorme maquinaria de acceso y conservación del poder, deglute a
sus hijos como el Cronos mitológico. Y a los primero que devora es a los
adoptivos…
Odiado por los verdaderos dueños de los votos clientelares (los barones del conurbano, nombre gracioso para designar a una
parte de la mafia bonaerense), Martín
Sabbatella ha decidido continuar su carrera política haciendo los mandados a
Cristina Fernández. Ató su futuro a la Voluntad Presidencial, justo en el
momento en que parece languidecer el fuego del poder Kirchnerista. Abandonó
toda pretensión de “apoyo crítico” y se sumó, sin importarle lo que dejaba
atrás, al barco conducido por la Presidenta. No entiende que para los que ya
estaban allí siempre será un polizón.
Cuando la re-re no se dé, veremos a los sospechosos de
siempre lanzarse al abordaje de la lancha sciolista. Los Aníbal, y con él los
de su calaña, ofrecerán su verba inflamada al nuevo mascarón de proa del
peronismo. “El que gana conduce y el que pierde acompaña”, se justificarán para
apoyar a quien hoy presentan como un exponente de la derecha y sensible a
aprietes corporativos. Los nuevos ganadores los aceptarán; son peronistas, al
fin y al cabo. Pero habrá sacrificios en el altar de la unidad…
Hasta allí llegará Sabbatella. Su cabeza en la pica será el
trofeo que exhibirán los Intendentes del conurbano como ejemplo de lo que el
peronismo reserva para “los infiltrados”. Ellos son, simplemente,
incorregibles.
La lancha sciolista bien puede ser reemplazada por la cacciola massista. No cambia la sustancia del comentario; en todo caso lo actualiza.
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